lunes, 15 de febrero de 2010

Carta de Bautista a su señora madre.


Concepción, 15 de Febrero de 1969.

 

Querida y recordada madre: No sabes la angustia que he sufrido al no poder estar junto a ti, padre y hermanos para la fecha de tu cumpleaños. Recién vengo llegando de un viaje prolongado y cansador, al sur, por motivos políticos.

 Bien valgan estas letras para decirte algunas cosas, de las muchas, que siento por ti y que han pasado de largo y calladamente en mi corazón por mucho tiempo y que ojalá, en algo, reemplacen mi ausencia física por allá.

 Aislado social, política y sentimentalmente por mis ideas; separado ya de vosotros por unos cuantos largos meses; incomprendido momentáneamente por la mediocridad que me rodea; acosado por el corrompimiento que tratan de inflingirme el cúmulo de relaciones humanas odiosas, presididos bajo los signos de la mezquindad provinciana, la pequeñez individualista, el arribismo y el servilismo despreciable, tan característicos de esta sociedad imbécil y podrida, es que mi soledad sería absoluta de no ser por el recuerdo feliz que me liga a ustedes y la presencia de mi mujer.

 No estoy suficientemente seguro que comprendas el cariño y el respeto inmenso que siento por ti y por mi padre; vidas entrañablemente juntas en las buenas, y especialmente en las malas; ejemplo de virtud, sacrificio, intimidad y naturalidad, mezcladas con la ingenuidad que prodiga la felicidad en común y la gran fortaleza para amar y comprender mas allá, y a pesar de las barreras y los mantos inhumanos que nos imponen las reglas del juego de la sociedad burguesa.

 Aunque no lo creas, te quiero y te extraño profunda y sinceramente y que te quede bien en claro, no nuevamente por los lazos sanguíneos que me unen a ti – lo que no refleja otra cosa que nuestra condición naturalmente animal, entregada externamente a nosotros por la especie y por lo tanto no suficientemente humana como conquista nuestra- puesto que ello implica, más que amor espontáneo y humano, amor institucionalizado y obligado.

 Tú sabes que me autodefino como hombre libre y libertario, o mejor dicho en proceso de liberación permanente y progresiva, e impulsado por ese mismo hecho, a trascender, a exteriorizar hacia los demás mi propio, mi íntimo proceso liberador en un afán por identificarme, de unirme y fundirme como hombre humano al resto de los hombres. Identificación que me surge como una necesidad espiritual, sin la cual, soy un nadie, para nadie, eternamente condenado a la sórdida angustia individual de la soledad.

 Porque querida madre, mi tragedia quizás radique en ser lo suficientemente inteligente y capaz – inteligencia de la cual tú eres partícipe generadora – para descubrir y despreciar la falsa apariencia de comunión humana que reina en esta sociedad, y buscar y luchar por otra más profunda, la esencia misma de ella.

 Precisamente porque me autodefino como hombre libre, es que rechazo ese amor tradicional, que nace como exigencia social e institucional burguesa, aparentemente “natural” de hijo a madre y de madre a hijo. Por ello es imprescindible que comprendas que mi afecto por ti se desprende, ante todo, de tu ejemplo intachable, prístino y humano que exhibiste de un modo simple y llano durante toda tu vida y, que justamente por ello, logró superar ampliamente la rigidez y la falacia moral en que se desenvuelven las relaciones humanas en el seno de esta sociedad corrompida que tanto detesto.

 Aprecio y valoro en ti y, por ello te quiero y admiro, esa capacidad de sacrificio, ese tesón, esa valentía, esa independencia y madurez, ese voluntarismo vital para vencer todo tipo de obstáculos que tanto te caracteriza y que tanta ayuda le ha significado a mi padre; voluntarismo que te define, aunque no lo sepas, como mujer tremendamente humana, puesto que tu respuesta a las dificultades no persigue solamente satisfacciones inmediatas, propio de las bestias, sino objetivos mediatos y en perspectiva, doblegándole la mano a la realidad inmediatista, propio de aquellos o aquellas que se han elevado a la condición de hombres libres y, por tanto, hombres y mujeres esencialmente humanos.

 Pero esto no es todo lo que admiro y aprecio en ti. También lo es el hecho, aunque de un modo inconsciente y natural – acaso si por ello tanto más valioso – de que te hayas sustraído al compromiso y al influjo estereotipado de los patrones culturales dominantes de la sociedad vigente en lo que a relaciones humanas se refiere.

 En este sentido, aunque no tengas clara conciencia de ello y más allá de lo que tu misma puedes desear, eres tan revolucionaria como yo, porque de hecho has revolucionado las normas clásicas que rigen las relaciones humanas intra familiares.

 Generalmente combates mis ideas y las actitudes prácticas que se desprenden de ellas, como lo es, por ejemplo, el que haya abandonado el aspecto institucional de mi carrera. Dicho combate se ha expresado por una oposición muy sentimental ante ese algo extraño, desazonador y quizás, peligroso y poco tangible, que constituye el contenido de mis ideas, antes que por una oposición racional y global frente a ellas. Sin darte cuenta, paradojalmente, que la forma en que orientaste prácticamente tu vida, el desarrollo de mi propia vida junto a la tuya y las relaciones profundamente humanas que se originaron de dicho contacto, han sido en gran parte los basamentos sentimentales sobre los cuales construí mis ideas, o más bien dicho, que hicieron posible mi permeabilidad y susceptibilidad a ellas, y que hoy te parecen tan ajenas y extrañas a ti misma.

 Quizás si otra de mis grandes desgracias fue no haberte hecho participar suficientemente de mis creencias; desgracia tanto mayor cuanto que fuiste tu, en gran parte, el motivo y la causa de ellas.

 Querida madre, tu me preguntas ¿cómo es que ha sido posible todo esto? La respuesta es muy sencilla. Para ser hombre libre y al mismo tiempo liberador del hombre – y creo serlo en cierta medida – es preciso que previamente se hayan cumplido dos procesos, entrelazados el uno con el otro: haber palpado y haberse impregnado de la libertad de hacer y de pensar en el seno mismo del ambiente social primario e inicial en que uno se desenvuelve, cual es, la familia – y que tanta influencia decisiva deja en la forma de ser del individuo -, o más precisamente, nuestra familia, y de la cual tú y mi padre eran los rectores y orientadores principales. Por otro lado y paralelamente, haber vivido inmerso en la realidad misma de una relación de amor profundo no tradicional ni barato y del cual tu fuiste agente primordial.

 Para ser revolucionario y liberador, querida madre, es preciso amar a los hombres por sobre todas las cosas. Cuando fui mayor y tuve que salir al medio social, más allá de los limites de la familia, me encontré con un mundo desgarrado por la división y separación entre los hombres; un mundo tan ajeno a la relación de cariño que aprendí a conocer y a vivir a tu lado. El Che Guevara – aquel hombre cuya muerte tanto te impresionó – decía a propósito de esto: “Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”.

 Justamente porque he conocido y me he formado al calor de una relación de amor más humana, más verdadera y distinta, es que creo que la relación de amor en el resto de la humanidad – hoy ausente de ella – puede darse y debe darse, aún a costa de todos los sacrificios que ello lleve consigo.

 De nada vale que pensemos o digamos algo, por muy bello y verdadero que ello sea. Se es revolucionario, y por ende, se es libre, en la medida que interponemos una práctica revolucionaria, una práctica real – y no abstracta – de la libertad.

 Se es libre, si uno está dispuesto a liberarse uno mismo y de los éxitos y tiempos momentáneos que tanto engañan y enceguecen al resto de los hombres. Se es libre si uno está dispuesto a entregarse por entero a un proceso que sea capaz de integrar al hombre a una perspectiva humana, antes que a sus intereses inmediatos.

 Estas que son mis ideas, querida madre, y que bien pueden servir como puentes de comprensión mutua, no son sino otra cosa que la racionalización de aquellas experiencias y vivencias sentimentales que se generaron en mi relación humana contigo y con mi padre.

 Releyendo nuevamente las pocas cosas que te estoy escribiendo, me he dado cuenta que son exactamente aquellas que hace mucho tiempo quería decirte y que, sin embargo, por una u otra razón, no podía exteriorizar. Esta carta me ha hecho más fácil el camino, incluso más natural y espontáneo.

 Lo que te he escrito ha sido para mí un intento de racionalizar, más allá de lo puramente sentimental y naturalmente dado, mi vida junto a ti, lo que se ha desprendido de esa relación y la causa del amor que siento por ti.

 Porque justamente he intentado racionalizar este fenómeno tan difícil, es que soy un poco más libre, puesto que comprendo y conozco algo más de mí mismo. Y sin darme cuenta, simplemente como al pasar, has sido nuevamente tú el motivo y el objeto de este poco más de libertad personal que he conseguido.

 Al comprenderme un poco más a mí mismo, por el mismo hecho de conquistar más comprensión mutua, es que me he vuelto un poco más humano y más humana nuestra propia relación. Surges tú misma más humana al caso de esta comprensión y, por ende, te tornas para mí en algo más mío, más próxima a mí, o lo que es lo mismo, te he aprendido a querer un poco más.

 Querida madre, creo que estás en perfectas condiciones para comprenderme, más allá o más acá de lo que no dicen las palabras y, para que estas letras sirvan de testimonio del cariño y el afecto que siento por ti.

 

Tu hijo Bautista.

1 comentario:

  1. Gracias compañeros por la publicacion de esta carta, no siempre se hace mencion al "hijo" cuando se hanla de un revolucionario.

    Jose

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